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¡Y quién eres tú pa decidir lo que es bueno o malo que yo compre! Oigo proclamar impetuoso a ese tipo tan abundante de abundio consumidor de papanoelillos que es la leche. Suelen ser los que al sospechar que se les está llamando tontos, se autoafirman como leones en la propia cadena que les ata: ¡Pues pa mí mi papanoelillo es lo que más importa en esta vida, que lo sepas, a ver si no! ¡Y tú no vas a venir a amargarme la alegría de habérmelo ganao con mi sudor por más listo que te creas, qu’eso es lo que eres, un listillo de mierda, un inútil pa la sociedá, un parácito! ¡Más peor es gastar papel en imprimir... la misma Biblia ya ves tú lo que me parecen a mí tus literaturas! Y bueno, en el caso de La biblia puede que tengan hasta razón, pero ¿y en el de El lazarillo de Tormes? ¿Ves? En esto es en lo que tendrías que pensar, Genomo. En hacernos descubrir algún tipo de vara de medir, que creo que te he dicho ya alguna vez que yo ni la tengo ni encuentro nombre para definirla. Porque no vale sentido común, que quiere decir todo lo contrario de lo que hace falta (los papanoelillos están precisamente producidos por el sentido común), ni lógica, que es un concepto dúctil y maleable como la plastilina sobada, ni... No sé. Pero un como tiene que ser urge. Una especie de palo con punta con el que poder pinchar al orden actual como la mierda que es para quitarlo de en medio, que tenga al tiempo algún tipo de escala que sirva de calibre para desentrañar lo bueno, o como se llame. Algún baremo sensato. Un patrón. Y si bien es una utopía pensar en él, sin él no hay apaño y, en el fondo, está bien claro que todos sabemos que existe, que es evidente, y que es eso que no vamos a utilizar ni de coña, a pesar de que siempre está ahí y de que es, sencillamente, lo elemental. Y lo que sería lo más fácil. Sin embargo, el pensamiento de la piara va en el sentido contrario. No sé que pasará en la inmensa parte pobre que no tiene tiempo para pensar otra cosa que en no palmar de hambre, o en los sitios tan raros como China, que me hacen pensar en hormigueros espeluznantes, pero aquí, en el Bienestar, está muy claro. Antes el abundio enfadado me ha llamado parácito porque a mí me ha hecho gracia sacar entre todos los posibles al cateto, pero podría haber elegido cualquier otro estilo de lo mismo entre el montón de posibilidades que va desde el mediocre absoluto, hoy elevado por las encuestas al grado incontestable que antes tuvieron los césares, hasta las vanguardias filosóficas con denominación, que emergen en las listas oficiales de los libros que hay que comprar, catados por los críticos como vinos de renombre por enólogo de marca. En todos los niveles es igual. Lo que se lleva es no sacar ni pa dios el pie del dogma inquebrantable de que nada es verdad ni mentira sino que todo depende del valor fiduciario a través del que lo entretengamos. O sea de lo que se saque o se pueda sacar del invento pero sin decirlo así de claro aunque nos maten. Y arropándose con lo de que hay que dar igual trato a todas las opciones, ser conscientes de que la razón no puede ser nunca absoluta, dejar de quejarse y estar en contra de todo y cooperar con lo que toque, que es la única manera de ser feliz y ayudar al cambio positivo, porque la negatividad no es nada bueno, y sobre todo devorar y devorar, cada uno lo que más le guste, todo lo que se pueda ahora que está lleno el dornajo y darnos al consumo del Bienestar con todas nuestras fuerzas antes de que la cosa se acabe, que no se va a acabar, y mientras dure que le den por culo al que no pueda, no perder el tiempo en comeduras de coco que ya no se llevan y aumentar al límite la natural tendencia de la Gusanera a la aceleración. Que es lo divertido. Lo que toca. Y de lo que se trata. Y en lo que están todos de acuerdo. Y lo primero que te dije cuando empecé a darle vueltas al triste objeto de los papanoelillos. A mí, estas memeces, en vez de hacerme creer que estamos en el cielo, que es lo que quieren que creamos, lo que consiguen con frecuencia es hincharme los cojones, ya te digo. Y es que sé mejor que nadie que la verdad y la mentira no hay dios que las separe, y soy defensor impepinable de que cada uno tiene que tener derecho a hacer de su culo un pandero, si le gusta, por encima de cualquier constitución, y por supuesto en darme al gustazo del consumo en lo que se me antoja sólo me refreno en no verme pillado por gilipolleces e hipotecas y, aunque refunfuñe, en el fondo, gozo del espectáculo grotesco y del surtido festín puede que hasta más que los forofos del Mercaraiso, que en realidad, además de ser consumidores compulsivos y compulsados, en lo único que realmente tienen abierta la mollera es en aprovechar cualquier tipo de guión que previo estudio de mercado se pueda aprovechar. No, lo que venden estos no es el que todos los gustos tengan que tener el mismo valor sino todo lo contrario: que ningún gusto se quede sin entrar en el mercado de valores, y que el que, por lo que sea, no venga bien al interés de la corrida, no solamente no valga sino que no pueda tener caso, que es lo que genera un gasto, Genomo, que no te lo puedes seguir permitiendo, ni desde luego, claro, y en eso tienes más razón que un santo, tampoco puedes ponerte ni a soñar con dejar de generarlo. Porque lo tuyo es como la maldición gitana: un dolor de tripas insoportable que cuanto más corres más te duele y si te paras revientas. Por lo pronto, en este sector desde el que te escribo, con las estanterías del hiper llenas de todo lo que se pueda desear y con un variado surtido de papanoelillos para ser usados de analgésicos del vacuo malestar que produce el hastío del empacho. Todo va bien. Ya veremos que pasa cuando llegue el desabastecimiento. seguir leyendo papanoelillos 5º capítulo
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