CERDOS CON ALAS

 

Hay palabras o frases que, al oírlas uno en diferentes foros a lo largo del tiempo, dichas por diferentes bocas, y empleadas en sentidos distintos, se convierten de pronto en la cabeza en una especie de claves que quieren como que decir algo más de lo que dicen. Guiños de la casualidad. O quizás avisos premonitorios. Anoche me pasó con cerdos con alas.

La primera vez que oí esa frase fue en Madrid. Más o menos simultáneamente, lo oí y lo vi. Verlo, recuerdo perfectamente la imagen, fue en una fachada de un Seven Eleven de la calle de Toledo, próximo a donde yo vivía entonces. Algún grafitista litronero había dibujado allí un cerdo con alas. Era un cerdito feliz, de aspecto redondo y de expresión beatífica, consciente y contento de sus alas con las que volaba grácil y ligero como una pompa de jamón. Entre los orondos jamoncillos le sobresalía tiesa y respingona la colita enroscada en forma de sacacorchos, especialmente ella, contenta de volar.      La ejecución del dibujo era perfecta. El trazo simple y hecho alegremente de tirón. A la primera ojeada me pareció una joya del arte del dibujo. Copiarlo era una empresa imposible para mi mano, pero muchas veces pensé en hacerle una foto al grafiti, cuando iba a comprar tabaco o leche o cualquier cosa que hubiera necesitado a cualquier hora del día o de la noche que para eso estaban los Seven Eleven. Desgraciadamente no lo hice, como tantas otras cosas, y he perdido para siempre la posibilidad de conservar esa obra genial. Anónima ¿Cómo se puede expresar tanto con un trazo? Era mejor que la Paloma de Picaso. El único cerdo con alas que he visto.   

 

Oírlo lo había oído ya hacía algún tiempo. No recuerdo dónde por primera vez, pero sí que se solía decir aplicado a personas indeseables, chungas, a hideputas. Ese es un cerdo con alas, se decía, y con eso estaba todo dicho. A mí me gustó ese calificativo desde que lo oí. Me parecía que definía muy bien y lo empleaba a menudo y lo empleo. Muchas veces he constatado una sorpresa divertida en el que la oye por primera vez y he comprobado que hace ver de inmediato lo que se quiere hacer ver. Recuerdo una vez gloriosa entre las muchas que lo habré utilizado, porque el mundo está lleno de cerdos con alas. Fue en la glorieta de Embajadores, en una heladería, ya ves tú. Ocurrió que Domingo trabajó allí durante unos meses. El propietario era un chileno, creo, y un verdadero representante de esa especie voladora. El había conseguido la legalidad casándose con una española y aprovechaba la ilegalidad de los demás para explotarlos en su negocio todavía más de lo que es habitual en ese gremio esclavista que es la hostelería en Madrid. Así se aprovechó de Domingo todo lo que pudo y encima, cuando este le dijo que dejaba el trabajo, le liquidó un día de menos alegando que no tenía derecho al día de descanso por despedirse justo cuando le tocaba descansar, o algo así. Le robó el sueldo de un día, más de lo que ya estaba convenido que le robara. Y eso hizo que nos vengáramos. Ocurrió, recuerdo, que salíamos de viaje, rumbo a aquí, al barranco, que por aquel entonces era para mí como una especie de lugar de huida de los ruidos y demás pestilencias de la gran ciudad. Veníamos Domingo y yo y Marta y Yanko, a pasar una semana. Teníamos el seat ciento veinticuatro tartanoso cargado hasta los topes como siempre y aparcamos justo al lado de la heladería y nos sentamos en una mesa y pedimos de cenar, que también daban, de beber, y helados de postres y de todo lo que pudiera resultar más caro. Meándonos de la risa. Cuando acabamos, Domingo dijo al camarero, su colega de trabajo hasta el día anterior, que llamara al dueño, y cuando este llegó, con sus alas replegadas y su carita de no haber roto nunca un plato, temeroso de algo, le dijo que se cobrara la cuenta de lo que le debía. Y nos levantamos riendo y nos dirigimos hacia el coche. El tío se puso hecho una fiera. Arrebatado, decía tras nuestro que iba a llamar a la policía. “Llámala”, le dije, “llámala y te meto denuncias por todo lo que tienes y te cierro el negocio para toda tu vida, que yo soy español y no tengo problemas de papeles, cerdo con alas, que eres un cerdo con alas.”  Las risas nos duraron hasta la mitad del camino, y a Yanko, por cierto también chileno, recuerdo, le encantó la expresión y la celebró durante mucho tiempo cada vez que se acordaba, y pasó a emplearla y de alguna manera me atribuía a mí su invención. Pero la expresión no era mía, cerdo con alas, en absoluto. Pertenece a esa creación anónima que es en definitiva la que hace el lenguaje. No puedo recordar cuándo fue la primera vez que la oí, pero sí que han sido muchas. Y siempre con ese significado de hideputa definitivo, por decirlo en forma clásica. Estoy seguro de que Yanko tras su regreso la habrá utilizado allá en Chile, no sé si habrá prendido su propagación. Igual se convierte en una expresión de esas que luego vuelven fortalecidas y pasan a ser consideradas como de allá y sin embargo salieron de aquí y habían venido de dios sabrá dónde.

Anoche la oí en un sentido diferente y en un foro especialísimo. Fue en la tele, a las tantas, en Redes.  El Puncet entrevistaba a un propio que es por lo visto una lumbrera en cuanto a comerse el coco con el futuro que viene y la ciencia que vendrá y todo eso. Hablaban de cosas alucinantes, en el mismo sitio donde Einstein había hablado por primera vez de la teoría de la relatividad, por cierto, según hizo saber el Puncet varias veces para que quedara claro, el entrevistado, la lumbrera, decía que en veinte años los microchips costarían dos pesetas y que por lo tanto iba a haber ordenadores lo que se dice en todas partes. Que los niños tendrían un pendiente para que los padres supieran si habían ido a la escuela o a la discoteca de al lado. Que Internet estaría en todos los relojes de pulsera, o en las gafas. Dijo por ejemplo que las gafas serían tan inteligentes que cuando uno se cruzara con un antiguo conocido y no supiera quién coños era ese tío que tanto le sonaba, las gafas le mostrarían quién era y le darían pelos y señales de la historia de su relación. Aunque eso no sé si lo decía el lumbreras o el Puncet, o otro listo de por ahí porque la entrevista estaba montada intercalando diferentes interlocutores y en diferentes lugares del tiempo y del planeta. Pero es igual, ese era el tono y de eso hablaban y todos convenían en lo mismo. Que iba a haber cosas alucinantes en el futuro. Que mucho más de lo que nos pudiéramos imaginar. Y que mucho más pronto de lo que nos imaginamos. Progresos, cambios, evoluciones. Pronto no seríamos ni los mismos, decían que había dicho el Hakins, que seguramente la ciencia cambiaría hasta el nombre de la especie. Los genes. Dentro de poco. Hablaban de esto con desenfado y cierto contento. El lumbreras decía que no solo para curar enfermedades y todo eso, que también por ejemplo pues para tener un hijo violinista, porque si lo pensábamos un poco... ¿cuánto esfuerzo y cuánto dinero y cuánto tiempo en clases gastan los padres en ese hijo, que no tiene ese gen que tenía Motzar, en enseñarle el violín? Decía. Pues eso iba a tener fácil solución, con meterle el gen deseado ya estaba. Y no sólo eso, venía a anunciar. De aquí a cien años estaríamos hablando de nuevos animales, nuevas especies, no ya clónicas, que eso del clon decía que ya estaba superado, sino totalmente nuevas, desconocidas hasta entonces. Cerdos con alas, dijo, si se deseaba, se podrían crear, por ejemplo !Cerdos con alas, me dije, vaya hombre, pues fíjate tú para qué trabaja la ciencia!

Ya sé que no era lo mismo el cerdo con alas chileno y el que estaba pintado en la pared del Seven Eleven, ni el que decía el propio ese que hablaba con Puncet donde había hablado Einstein que se podrían crear muy pronto si a alguien le enrollaba el juego. El se refería más bien al de la pared del seven eleven. Pero la frase era la misma, cerdos con alas. Sí señor. Sería una casualidad pero ahí estaba y a mí se me saltó un relé en la masa cerebrálica y se me empezaron a hacer asociaciones de ideas y se me llenó la cabeza de visones, mientras en la tele seguían hablando de que en el futuro seríamos medio de acero medio de carne, según interesara, y que habría que ir pensando en que un día habría una inteligencia galáctica, que ahora la inteligencia era individual pero que llegaría a estar interconectada en una sola inteligencia galáctica. fíjense, decían, qué poder podrá llegar a tener una inteligencia de ese tipo, qué potente ordenador será ese, y que con una inteligencia así se podría trabajar para intentar solucionar el gran problema de la supervivencia de la vida inteligente que era, ni más ni menos, que la posibilidad de encontrar otros universos, ya que el nuestro se expande, se enfría, se muere minuto a minuto y pronto, el tiempo es relativo según se hable, pronto, o encontramos otro universo más caliente o la vida inteligente morirá por completo. Así de triste, decía el lumbrera. Y en eso cifraba el Reto de la Ciencia con mayúsculas y en el Tiempo cósmicamente hablando. Y contaba que las dimensiones eran diez, que él las tenía contadas, y un montón de cosas que yo ya he olvidado pero que me mantuvieron pegado a la tele diciéndome que hay que ver que de cosas dicen los estudiosos, que pronto podrán crear piaras de cerdos con alas como para cubrir los cielos de todas las galaxias y hasta de otros universos.

Señor, señor, me dije con la mosca tras la oreja. Algo raro pasa. No se muy bien centrar el qué va mal pero...¡algo hay en el maíz, que se mueve y no hace viento!

Enrique López

enriquelopez@elbarrancario.com

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