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El criticón
y
Textos y Cuentos
 

 

Chaca chaca, ssumm ssumm ssumm.

 

 

     Pobrecitos negros, qué negro lo tienen para venir al pais de jauja. Tengo clavada en la mente la imagen de uno de ellos colgado por el cuello del rollo de alambre de espino que corona la valla protectora de Melilla. Parece ser que se quedó enganchado anoche al intentar saltarla. Y murio allí desangrado. Un zum detallista en un informativo de la tele ya me había enseñado con precisión hacía poco la calidad de las puas que la forman. Son como los dientes de las motosierras y parecían ser al mismo tiempo pinchos y cuchillas, rosarios de microbisturís de acero superduro. En mi mente veo al negro pendiendo del enganche por la nuez, tal vez también por parte de las manos y los brazos enredados a su vez en la cortante maraña al intentar soltarse con nerviosa urgencia del mortal tarascazo en la garganta. Hecho un cristo sin iglesia. De sus pies chorrean los últimos litros de su sangre y en la mueca horrenda de su cara destacan los ojos medio idos que miran en mística expresión hacia los cielos como pidiendo auxilio a los otros negros que lo sobrevuelan. Porque saltaron por cientos. Cómo nube de coleopteros gigantes y sin alas. El espectáculo es dantesco pero eso no ofende al honrado expectador de Occidente que lo único que se plantea es la necesidad urgente de elevar la valla y de cambiar la ley de extranjería. Que se tape el agujero legal al cual se agarran los que logran entrar para no ser devueltos. Míralos, en cuanto que saltan, harapientos y cortados, corren en masa para la ciudad, cantando y palmeando para marcar el paso, con un ritmo ligero y alegre que resulta hasta bonito y musical.

     A mí el hecho me ha hecho recordar a una amiga bióloga que una vez me contaba de cuando estuvo en Venezuela, en una de esas prácticas de campo que hiciera en su carrera. Decía que para capturar insectos subían en la noche de la selva una suerte de sábana blanca y pegajosa y encendían después una potente luz tras ella. En un rato recogían el invento completamente negro de bichos superpuestos en numerosas capas. Millones en número y de todas las clases. Tantos había en el ambiente y tal atracción ejercía sobre ellos la luz de la bombilla. Talmente así quedaría la valla si no se limpiara con cierta presteza. Y esto otro de la limpieza me hace recordar lo que dice Bukowski en uno de sus libros. Ese en el que cuenta cuando le operan de almorranas y la noche anterior a la operación llega un propio y le afeita el culo, “Ya sabía que había en el mundo profesiones ingratas, pero nunca me había parado a pensar en esta”. Dice más o menos. Y eso más o menos quiero decir yo sobre los descuelga negros ¿Quiénes son? ¿Técnicos jurídicos? ¿Médicos en prácticas? ¿Pringaos que hace unos días lograron dar el salto y de algo tienen que vivir? ¿Lo hacen los mismos que quitan los trapos, los jirones de chaquetas y camisas?

     Ellos se lo han buscado. Dice el abundio medio sobre el tema en mis oídos. Si no saltaran no se quedarían enganchaos. Qué se estén quietecitos en sus selvas.

     Y yo me digo que a lo mejor tienen razón pero que me gustaría ver la cara de esa abundia funcionaria del Estado que se ha formado en mi mente como ejemplo, si se encontrara con que no puede viajar cuanda quiera y se le antoje a ese lugar del trópico utópico, caliente y vacilón, barato y sorprendente en el que encima liga, oye, verga bonita de dureza inagotable. O la de esos que se van en plan caritativo a dar sentido a sus vidas y obtener un sueldecillo de paso, ahorrando en experiencia y en moneis para un duplex a la vez. Y la de todos los que se van de viajes de boda programado una semana en la vida.  Y la de los que se van a buscar niños que adoptar o hacer reportajes que vender, o estudios que estudiar, u ocio que vivir y aventura que gozar. La aventura. Dosificada a voluntad y con garantes de seguros de validez internacional. No. A partir de ahora señores y señoras el tercer mundo queda cerrado. Y al igual que ellos para venir aquí, el que quiera ir allí a lo que sea tiene que saltar la valla. Ya saben, es relativamente fácil, se cortan unos palos, se hace una escalera y a brincar. También se puede coger una patera o meterse en un container con un poco de agua y chocolate.  

     Me gustaría ver las caras de todo el Abundiaje si un sistema así se instaurara o instaurase ¿Cómo va a ser?, dirían. Los derechos humanos. La libertad de movimientos ¡Cómo va a ser! Qué agobio. Qué sensación de claustrofobia. Aunque a lo mejor no acabe yendo el indivíduo más allá de su casa y su trabajo en toda su aburrida vida, que es lo más normal. Pero... saber que tiene prohibida esa frontera... Eso... ¡cómo va a ser!

     Sin embargo así es para ellos. Claro, pero no es lo mismo. Insiste no obstante el abundio vulgar en mis oídos. Nosotros vamos por un rato y  a dejar dinero y ellos vienen a quedarse y a por él. Sí, pero también puede mirarse de otro modo, nosotros vamos a dar trabajo y hacernos servir y ellos a trabajar y a servirnos. Vale, pero si se vienen todos... ¡Dónde vamos a meternos! ¡Las cosas se desestabilizarían! ¡Se pondría en peligro la sociedad tan avanzada que nos hemos montado a su costa! No puede ser que se venga aquí quien quiera. Algo habrá que hacer ¿Algo? ¿El qué? Porque esto va en aumento. En poco tiempo tendremos que matarlos como a liebres en Australia. Hombre eso...

     Y ahí hay diferentes opiniones entre los consumidores del bienestarismo. Desde los que dicen que sí, que claro, matarlos si hace falta y en cualquier caso no darles ni agua así se mueran cuando llegen, hasta los que les da un poco de corte decir eso abiertamente. Pasando por los que cobran por pensar soluciones y deciden desde subir las vallas y meter más vigilancia por las costas y fronteras, hasta dar regalos a terceros países para que sean ellos los que se encarguen del trabajo sucio y proceloso. Estos son artistas haciendo filosofías de bolillo para que se frene la avalancha y queden sus acciones dentro de lo políticamente correcto y sin salirse sobre todo de lo que haga falta en cada momento para ganar las elecciones. Luego está todo lo que a onegés se refiere. De pronto aparece el lema genial que queda bonito y abre la esperanza y todos vienen a aceptar: lo que hay que hacer es ayudar al desarrollo en los países de donde procede el aluvión. Cosa que a poco que se piense se descubre que no es más que una mera frase hecha. Algo contra lo que conjura al fin la esencia del mismísimo Sistema. En realidad no indica ni siquiera que se esté sintonizando el soniquetillo de justicia que persigue hacer creer. Porque, aparte de que la justicia resulte algo que no pueda ni existir, no es exactamente darles lo que habría que hacer para ser buenos, sino dejar de quitarles que es lo que se está haciendo desde hace la hostia de siglos, a tutiplén, sin tasa ni medida. Sí, claro, déseles, deséles, que todo lo que se les dé será poco. Pero algo me dice que esas dávidas son en algo parecidas al pienso enriquecido que les damos a los pollos y gallinas de las jaulas de las granjas para que renten más y pongan más deprisa. Y entonces, ¿cuánto tardará en bajar la riada de ese modo? ¿Y si aún así, después de mucho tiempo y muchos muertos y mucho sufrimiento generado, siguen queriendo venir atraidos sin remedio por la irresistible luz de nuestros vicios, nuestros logros, nuestra civilización, o como queramos llamarlo? ¿Cuándo se va a dejar de poner sabanas cortantes para que queden enganchados? ...(duda)... Lo que hay que hacer es sacar de la pobreza a los paises de origen, concluye de inmediato el grueso del abundio bueno medio ante el dilema, y come otro poco de la tapa de ensaladilla y pide otra ronda de cañas y si puede ser que sea la tapa ahora de fritura de pescao, que aquí lo ponen buenísimo ya verás. He visto a tantos clases media, politicamente correctos integrales, arreglamundos de tapeo, que ni siquiera en ese supuesto suponer de conversaciones intrascendentales se atreven a pensar que cada uno debería poder ir donde quisiera, cuando quisiera, sin otra razón mayor que cuando le saliera de los güevos. Si es que un orden sin trampa hubiera que poner en tu organización, Genomo. Puede más el miedo imaginario a perder lo que haya pillado cada uno en su curriculo que el gozo de imaginar un orden más sublime. No, dejémonos de idealismos utópicos. Sí se abren las fronteras moriríamos aplastados en la avalancha. Seamos realistas. Dicen los más progres. Bastante es que nos van a axfisiar incluso con la valla. Dicen los del montón. Lo que hay que hacer es ponerse en plan duro y matar al que haga falta. Orden, Orden. Dicen los que siempre están del lado de las armas. No, no hay que caer en actitudes que contradigan las leyes de nuestras avanzadas constituciones, lo conveniente es que lo hagan otros, crear una barrera de semibienestar que a cambio se encargue de evitarnos el problema en su frontera sur, lejos, donde no tengamos que ver las cosas feas que sea inevitable hacer, donde el desierto borre los cadáveres, tal vez usando la electricidad, como esos aparatos fríe insectos, o con algún medio de solución final de liquidación masiva que ya nos encargaríamos de proporcionarles. Planifican los políticos demócratas defensores de los derechos humanos con sus técnicos a micrófono cerrado.  Y todos a coro y en voz alta: los que hay que hacer es desarrollar los países de donde proceden. Ah, ñam, ñam, menos mal que existen soluciones.

     Polladas más o menos sinverguenzas. Qué hostias. Yo te digo, Genomo, que no hay más que hay cosas de cajón que deberían ser más que derechos verdad de Perogrullo. Y una es que vaya cualquiera donde quiera. Y se me ocurre otra máxima pareja que debería ser de obligado cumplimiento como salvaguarda de la salud y perfección de tu orgánico funcionamiento, Genomo, es que ninguno de tus miembros debería verse obligado a levantarse de la cama antes de que se lo pidiera el cuerpo. Precepto primordial básico que convendría ir parejo a otro, que nadie pudiera forzar a nadie a invertir su tiempo en cosas que no le fueran placenteras. Así de sencillo. En ningún caso, bajo ningún concepto. Y claro que medidas tales cambiarían radicalmente tu vida. Pero es que precisamente es eso lo que te está haciendo falta. Por ahí debieran ir los tiros. Todas las demás disquisiciones son pan de ponente, engaña tontos, rollos macarenos. Y yo no estoy hablando aquí contigo para engañarte, ni para perder el tiempo, ni para vivir de ello.

     Y sin embargo... es posible que en el fondo... de algún modo... a mí también me alimente la negra tragedia, aunque sea por darme caña para escribir estas líneas y decir, jó, anda que no, me han quedao bordadas. Qué bueno soy. Y bajar más contento que unas pascuas a preparar la paella con abundante marisco para los amigos franceses que han llegado de Brasil y vienen hoy a comer. Porque el Bienestar, oye, es ya planetario.

 

Enrique López

enriquelopez@elbarrancario.com

 

   
   

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