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DE LOS MODOS Y MANERAS BARRANCARIOS

 

Las podastalas.

 

“En Granada a las talas llaman podas”

     escritor del siglo 19, no me acuerdo de su nombre.

 

 

 

     Una característica de estas tierras barrancarias es el odio al árbol. El odio atroz. El odio interminable. Tenaz. Nada pone más rabioso el ánimo del habitante oriundo que ver un árbol grande. Eso es que no lo pueden soportar. Así por fuera, de entrada, no lo manifiestan. Nada dicen. Puede que ni sean conscientes. Incluso si es verano y están cayendo los cuarentaytantos grados en vertical van y se sientan a la sombra, claro. Pero la verdad es que les entra por dentro un desasosiego y una desazón inaguantables, de que ven un árbol medio frondoso. Te lo digo yo porque lo tengo muy visto. Un secreto comezón que aún no he logrado discernir pero que les resulta insoportable. Y de inmediato empiezan a lucubrar cómo se van a deshacer de él, de qué manera van a conseguir  eliminarlo.

 No sé pero aquí el árbol, de que llega a mediano, está perdido. Lo normal es que desaparezca antes. Pero si alguno llega a escaparse, por despiste, cosa rara, o por falta de coraje para emprender la tala, o por algún precepto legal o por lo que sea y logra llegar a grande, pocos sobreviven con toda su grandeza durante mucho tiempo.

     Las coartadas para las talas son diversas. De entrada, a las talas se les suele llamar podas. Aunque no les hace falta coartadas, porque la verdad es que en eso está todo el personal de acuerdo. No va a haber nadie que diga nada ante los frecuentes arbolicidios. Al revés, lo normal es que se den públicas muestras de alivio al ver una podatala bien hecha, y está bien hecha cuanto menos tronco quede y más a ras de suelo sea hecho el corte. Y se pondrán de acuerdo, en las conversaciones coloquiales a que dé lugar el hecho, que aquí siempre da lugar a coloquiar cualquier tipo de acto y estos más, en que qué bien que lo han hecho. A menudo, mientras el equipo talador tale, habrá un corro de viejos, mujeres, ociosos y curiosos, que miren y se entretengan en ver como por fin, oye, se ha acabado con la enjundia verde del jodido árbol. No, no hacen falta coartadas, si acaso alguien protesta es algún ecologista o hipi colgao de esos que no son ni de aquí.

     Pero sin embargo las hay, coartadas. Unas veces es el viento.

“El viento, ay zeñó, con lo que aquí azopla, ¡Dígame uhté qu’acierte a tronchá una rama y a ehgahal-la cuando paze debajo una criatura! Y eh que mire uhté, lah otrah nocheh, cuando azopló tantízimo... ay zeñó, zirbaba el aire por entre lah ramah qu´eh que daba mieo ¡Mieo daba ende la cama oí eze zirbio...! ¡Afuuuuu, afuuuuuu! Mira eh que no he pegao oho, porqu´eh que no va a pazá na, quiera dioh que no paze, pero... ¡y zi paza!, ¿y zi acierta a ehgahaze una rama d’ezah tan grandízimah cuando paze cuarquiera por abajo?, ¡o un niño!, zeñó, ¡un niño de loh qu’ehtán ziempre hugando por ahí, que le caiga encima y y y y lo jaga papilla, ehgraciao pa to zu vía na máh que por la mierda el árbol!” “¡Ay!” “¡Uhy!” “¡Ezú!” “¡zeñó!” “¡Diga uhté que zí, menoh mal que ya ze va a quitá er peligro!”

     “Zí qu’eh verdá. Que azín mimmitico eh. Y aluego loh páharoh. La cantidá tan grandízima de páharoh que ze meten en lah ramah ezah, na máh que pa poné perdíoh loh cocheh que z´aparquen debajo, de cagáh, que loh ponen qu’en un momento ehtán toh jechoh una mierda que no hay manera de limpial-loh, que tienen unah cagáh que paecen de cemento.”

     “Uy, zi qu’eh verdá. La cantidá de páharoh, mardita zean ¡Y anda que no cagan! ¡y ezo eh como un ácido! ¡Ezo eh criminá, ze carga la chapa en un momento! No, eh lo mehó qu’han podío jacé. Podal-loh bien podaícoh. Pa que cohan máh fuerza. Zi eh que el propio árbol lo agradece.”

     “Claro. No lo han de agradecé. Zi eh que zi no no toman vida, z’envician y no toman vida. Ya veráh como ahora, en cuanto que pazen unos añicoh... pero eza rama d’ahí qu’han dehao tenían que habel-la cortao también, tenían que habel-lo jecho to por pareho.”

 

     Otras veces, cuando hay proximidad a casas, la cosa es clara, “¡...eh que ze me ehtán metiendo lah raíceh por debaho los cimientoh y como no ze corte el puto árbol de loh cohoneh me va a echá la caza abaho! La caza abaho que me echa como no lo corten pronto. Ahora, que ya ze lo he dicho al arcarde, que como no lo corten ellos, coho una jacha y lo corto yo. Azín mimmitico. Hombre. A ve zi eh que me voy a quedá yo con la caza ehbaratá na máh que pa tené ahí el árbol tan bonico. No zé pa que, porque ahí no hay naide que z’aproveche de la sombra, na máh que pa bichoh y pa ruio de páharoh, qu´en cuanto que aclarea er día no hay criatura que dormí pueda, na máh que pio pio pio pio, ¿tu te rieh? Pueh a mi me dan ganah de freil-loh a toh, fíhate lo que te digo. Tú no te puedeh imahiná l´argarabía que montan loh marditoh páharoh. Y ademáh, que no tengo yo nezecidá de tené la vihta de mi ventana tapá na máh que con la mierda el árbol eze, que no, que ya ze lo he dicho, que como no lo corten elloh, lo voy a cortá yo. Que ze lo tomen como quieran.”

 

     A veces el árbol está en la carretera. Entonces lo que se arguye es el asunto del viento y del peligro de que vaya a caé la rama cuando paze er coche, con niños claro, “...porque a úrtima hora zi son criaturah mayoreh... pero ¿y zi er coche acierta a llevá argún niño dentro...? ¡zeñó! ¡ezú! ¡ay! que zon criaturicah que no tienen curpa de ná. Y ademáh, ¿y el peligro d’acidente? ¿Y la ehtrechura tan grandízima que meten y la anchura que ze gana en la carretera na máh que cortando la mierda de árboleh ezoh que no ze leh ocurrió zembral-loh na menoh qu’a to lo largo la cuneta? Hombre por dioh. Zi por ahí no pazea naide. Y ademáh, que zi quieren pazeá que ze vayan a onde no molehten, que lah carreterah no zon pa pazeá, que zon pa que vayan las criaturah dezahogáh, con anchura pa circulá, y no eze peligro de tronconeh que eh ahora, que a na que ze dehcuide uno ya z’ha metío el ceporretazo.”

 

     A veces, aunque raramente, que no es cosa normal aquí, el árbol ocupa un lugar propio para él. Un parque, o una pequeña plaza donde dan única sombra en los nueve meses de infierno solar que achicharran estas regiones. Pero entonces aparece un plan de remodelación, de poner suelo al paseo o de reestructurar el parque, o de hacer lo que sea que desde luego y de inmediato obliga lo primero a la tala y arranque total y de entrada de toda planta viviente que haya alcanzado ya una talla mínima y luego, eso sí, a la planta de otras pequeñitas que no se van a escapar de la misma suerte en cuanto que crezcan un poco, pero que mientras tanto dan dinero a la empresa constructora y al primo del teniente alcalde.

 

     También puede, aunque cosa rara ya, estar en el campo el árbol. Pero de esos quedan pocos. Por no decir ninguno. Por que claro, “...tiene muncha gracia que ehteh tú tol año cavando la viña o arando loh armendroh pa que luego la puta la encina o el cabrón del arcornoque ze chupe tol hugo de la tierra y te dehe medio peazo tiezo, que ezo eh lo que paza. Oye, ¡la fuerza qu´ezah plantah tendrán en lah raíceh que zon capaceh de llegá a cien metroh y...! ¡digo cien metros! ¡Y a munchoh máh, llegan y ze llevan tol hugo de la tierra y te deja tuh plantah lihtah papeleh que no te dan ni mardito zea er fruto! Zin, hombre. Eh que eh mu bonico que aluego lleguen loh ecolohihtah ezoh que tienen zu zuerdo y to zolucionao y digan que no ze puede cortá una encina que ehté en un cañao ar lao lo mío por que lo digan ellos, ¡Pueh yo voy y la corto porque me zale a mi de loh cohoneh y ya ehtá! Como tengo cortáh ya toah ezah que estaban por ahí, na más que pa nío de ratah y de calamidadeh y de bichoh.”

 

Ojeriza. Eso es lo que se le tiene al árbol aquí. Y en general a lo verde. Una especie de tirria rencorosa, no llego a saber por qué. Y no soy el único ni el primero que lo capta. Ya te digo, hay textos de hace cien años que hablan de las podas que son talas en Granada, ya entonces, y del destrozo tan grande que se hizo en los plátanos del paseo del Salón que al parecer se juntaban a diestra y siniestra por arriba. Y es que es tan fuerte el odio al árbol que cualquiera que pase un tiempo aquí, aunque sea corto, si mira alrededor... De dónde vendrá. Ese odio a lo arbóreo, ¿de dónde vendrá?. Quizás sea una herencia moruna, porque en Marruecos uno tampoco ve demasiados árboles y la cosa parece como que es lo mismo. O una rabia por haber trabajado secularmente tanto y tan duro con las plantas. No sé. Pero en cualquier caso es así, y hoy es el día de las Luminarias y se ha hecho en la plaza la hoguera tradicional que se hace cada año, este con los restos de un olmo centenario, no hendido por el rayo ni en su mitad podrido sino podatalado al efecto y de otros dos que ya tenían veinte años, y un par de pinos raros, que no se lo que son, pero que eran de extraordinario porte y de especial rareza antes de que empezaran a administrarles el tratamiento que se les ha  administrado. Cada dos años podatala, cada vez a cotas más bajas, y por fin, ayer, arranque total. De siete árboles de la plaza se han salvado dos. Y ahora están todos alrededor del fuego, asando partes grasientas de cerdos malcebados y chorizos y morcillas sin curar y pegando tragos de vino y alternando un poco, que es de lo que se trata.

Voy a bajar a filmar un rato, me digo. No haría falta porque es algo repetitivo. Año tras año lo mismo, como cualquier otra fiesta ¿Cómo pueden hacer tan exactamente lo mismo cada vez? Me lo sé de memoria, pero bajaré un rato para pasarte luego la película.

 

 

 

 

     Lo dicho. Lo de siempre. El fuego algo más grande este año, como han tenido la leña cerca con el fruto de la tala... Los hombres al lado de allá, las mujeres a este de acá. Siempre separados. Los hombres beben y fuman y de vez en cuando se dicen algo los unos a los otros. Todos muy tiesos, vaso en mano, o mano en los bolsillos, con aire circunspecto, mirando al fuego, cambiando el peso del cuerpo de una pierna a la otra. Con frecuencia se dan arrasconcillos en los güevos. Ellas también en grupos, cotorrean más vivazmente, pero tampoco tanto. Ríen a veces, con risitas sofocadas y tapándose la boca con las manos, e incluso a ratos echan a cantar y se cogen de la mano y ruedan una rueda lenta y monótona. Sus voces tienen el mismo tonillo insulso que cuando van cantando en las procesiones detrás del santo, pero para ellas es como estar al borde del delirio del festejo.  Y así va pasando el tiempo y la lumbre va ardiendo. De vez en cuando alguien rejunta los leños que se esparcen para ir concentrando en lo posible el fuego. Pronto se apartan unas brasas par ir asando las partes grasientas de guarro en cuanto sea posible. Enseguida se pone la parrilla encima para que se vaya calentando y se vaya quemando la mierda adherida a los hierros. No es cuestión de esperar. En cuanto se puede se mete la carne en la parrilla y se asa más o menos y se saca y se devora. Nunca he visto hacer con primor el acto de churrascar la carne. Siempre con prisa. Sin amor. Como movidos por un hambre hambruna o unas ganas de quitarse el muerto de encima. Cada vez que se saca la tanda acude la tanda de devoradores, con el trozo de pan en la mano, a devorar. Se devora. Se bebe y se fuma. Ellos mucho. Ellas menos, y siempre con risitas nerviosas y aspavientos ante el trago. Durante el tiempo que duran las chuletas y chorizos se despabila el ambiente. Se habla menos. Se bebe más. Se acaba con todo lo que roer se pueda. Ellos beben. Fuman. De vez en cuando se dicen algo y cambian el peso del cuerpo de una pierna a otra. Con frecuencia se dan arrasconcillos en los güebos. Ellas, algo más excitadillas por las viandas y los traguillos, están algo más agitadas, que no mucho, cotorrean más animadas, que tampoco tanto, y con algo más de fuerza de vez en cuando cantan, un poco más fuerte pero con el mismo tono  de procesión, y ruedan la rueda agarradas de la mano con un poco más de ganas. Estamos en el paroxismo de la fiesta, que pronto declina, y poco a poco se van yendo, por grupos vecinales y familias, y van quedando los de siempre, los más borrachines que pronto se irán al bar a seguir la mona y a cantar disonantes, cambiando el calor de las brasas que se extinguen por el apoyo de la   barra que sujetaran hasta altas horas de la madrugada.

 

 

Enrique López

enriquelopez@elbarrancario.com

 

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