Fragmento de Gen-o-meando.

...Y sin embargo, la verdad es que me creo más listo que nadie. Será porque me como los mo­cos, no lo sé. Pero me siento más listo que na­die. Y siento un impulso insoportable a decir no sé qué cosa. Por escrito. Me digo, tío, escribe, escribe, que el mundo lo necesita. Y entonces me pongo a intentar sacar todos esos embrollos, esas visiones que pueblan mi cabeza. Pero entonces se van. O me doy cuenta que en realidad lo que tenía era la cabeza hueca. Y sufro una barbaridad. Y me empecino. Pues lo que tengo que hacer es escri­bir, es escribir, es escribir, me digo in­útilmente. Y sólo algunas veces, como ahora, me dejo de comerme el coco y me pongo de verdad a hacerlo.

     Vamos a ello. Cómo definir esto. Esto, este conjunto de circunstancias en las que estamos. Porque yo lo que quisiera hacer sería decir una palabra y que fuera suficiente. Pero eso es impo­sible ¿Qué palabra? Desbarajuste. Se me viene a la cabeza. Pero no es lo bastante precisa. Dios mío, ¿todos y cada uno están aquí con las mismas percepciones que yo? No, me digo después de pen­sar un poco. No mucho que si no se me va el santo al cielo. No, sólo hay que tener en cuenta que uno mismo no ha estado siempre en el mismo punto, y que la unión de los simismos a lo largo del tiempo sería casi siempre tan contradictoria que las dos versiones del mismo individuo podrían llegar a matarse la una a la otra. Un ejemplo de violencia familiar pero en uno solo. Violencia íntima, para que me entiendas. Eso de, ¿cómo fuiste así?, te voy a matar. O, ¿cómo vas a lle­gar a ser eso?, antes te mato, ¿me oyes?, ¡antes te mato! Entonces, está claro. No sólo hay seis mil millones de percepciones diferentes, sino que cada una es diferente en el transcurrir del tiempo ¿Cada cuánto tiempo, son diferentes las percepciones del mismo perceptor? Pues cada frac­ción, cada segundo, cada momento, cada instante, cada... ¿Cuál es la fracción indivisible del tiempo, el equivalente al punto ideal en el espa­cio, esa que verdaderamente no pertenece al pa­sado ni al futuro y que está separando a los dos? Pues esa sería la fracción de tiempo que hace que cambie la percepción del perceptor irremedia­blemente y para siempre durante ese espacio de tiempo que es el que dura esa fracción. Si a lo que es la palabra punto en el espacio equivalemos la palabra instante en el tiempo, el espacio se­ría una multitud de puntos sin dimensiones y el tiempo una sucesión de instantes inobservables. Así que... ¿Qué decir? Aleccionar es algo que no sirve para nada. Yo lo que quiero es trasmitir, hacer ver lo que veo. Y eso, claro, es imposible. No se puede nadar y guardar la ropa a la vez. Y no se puede ver y contar al mismo tiempo. Es im­posible. La visión es tan amplia que no admite definiciones. Y la definición es algo tan rígido y estrecho que pocas visiones caben en su ejerci­cio. Entonces, ¿para qué? Pero sin embargo siento una tremenda inclinación a hacerlo, a escribir, para intentar contar mis visones.

 

     ¿Y si todo esto fuera como un Gran Hermano a lo cósmico, que cuatro productores divinos y unos cuantos técnicos omnipotentes se hayan montado una redoma para meter allí el fruto de su experi­mento? Sí. Para deleitarse en su contemplación. Para pasar el rato de lo que sea su tiempo par­tiéndose los güevos con las tontunas que hacen los encerrados en el frasco. O con fines cientí­ficos o vete a saber con qué fin. “Mira mira, juntas estos elementos y estos a esa determinada temperatura y fíjate la que se monta” Dice uno de los productores al otro. “Sí, y es curioso, si te fijas la reacción empieza por zonas puntuales y muy poco activas y luego se va extendiendo y se va haciendo cada vez más compleja” Contesta el otro al uno. “¡Yo creo que hemos inventado la vida, no veas qué chollo, esto se va a vender como rosquillas” “Sí”, vuelve a contestar el otro, “porque al principio no estaba mal pero era un poco soso, pero ahora, después de que apare­cieron estas longitudes de onda tan neuróticas y que tanto proliferan... Están ya por todas partes y están cada vez más locas.” “Pues espérate, que esto no ha hecho más que empezar. Espera a que pase un poco más de tiempo, que no sabemos en que puede desembocar la evolución de... de cómo quie­ras que se llame esto”.  Dice el uno contento. “Y eso es lo interesante, que es un sistema que tiende al caos y por lo tanto impredecible a cada instante.” “Pues  eso es lo que va a vender que te cagas.” Zanja el otro tan contento también.

 

     O algo más dentro del asunto virtual, ahora que está tan de moda ¿Y si esto no fuera más que un rollo virtual? Una especie de vacaciones men­tales o de experiencia mística o de cualquier otra clase de experiencia, que seres que son y están en otra historia se han montado ellos sa­brán por qué. “A ver, yo quiero ser feliz” Oigo decir a uno que se prepara a ingresar en uno de esos viajes virtuales que constituyen nuestro mundo. “Lo que sea pero feliz, que he oído decir que no ser feliz no mola nada en la vida y hace sufrir mucho” “Bueno”, dice el técnico que hace posible que se puedan hacer esos viajes, “pero de Feliz Feliz sólo tengo ahora una plaza como gato, usted verá” “Hombre, es que yo quisiera ser de la especie dominante” Dice el cliente. “Claro, como casi todos, tal es así que hay muchas especies  que se están extinguiendo. Pero como no sea de gato no tengo ahora ninguna plaza de Feliz Feliz. Aunque de todas manera, no sé si usted ya lo sabe, eso de la felicidad es algo que no se sabe muy bien qué es ni como se logra ni en qué con­siste. Sí, el programa está programado para ga­rantizar un número de plazas de Felices Felices en la vida en cada momento pero... la verdad es que eso no está funcionando muy bien, ¿sabe us­ted? No sabemos por qué. Seguramente porque este programa para el que usted está optando es inter­activo, ¿sabe?, es decir que cada uno de los in­dividuos con los que usted se va a relacionar allí está ocupado por un cliente como usted. Eso hace que no se pueda nunca llegar al cien por cien de la previsión en cómo se van a desarrollar los acontecimientos. Depende mucho de lo que haga cada uno. Por eso este producto resulta más inte­resante que el otro, el programa de Sueño Perso­nal, en el que sólo usted es el perceptor ocu­pante y los demás son montajes huecos al servicio de hacerle vivir exactamente lo que haya usted contratado. En esa modalidad sí que puede usted estar seguro de que va a ser feliz feliz o lo que sea que haya usted pedido ser. Y le va  a resul­tar mucho más barato. Claro que, desde luego, es mucho menos divertido, usted verá. Depende de lo que uno ande buscando. Pero si lo que usted quiere son auténticas sensaciones yo le aconsejo que se introduzca usted en este, en el colectivo interactivo, aunque sea de gato. Qué más da. Esa manía de querer todos ser humanos es más que nada una moda, estúpida como todas, y que no tiene fundamento. Créame. La experiencia tiene el mismo valor y las mismas atribuciones como humano que como chinche. Yo mismo, he tenido ya diferentes viajes como diferentes cosas y...” “Ah, es usted un viajero experimentado” dice el cliente, “qué bien. Yo es que es la primera vez y...” “Ya. Se nota a la legua. Pero no se preocupe, siempre hay una primera vez. La mía fue como humano. Yo tam­bién me empeñé en que fuera como humano. Y elegí una plaza de Superdotado Sexual porque estaba muy de moda eso del sexo en aquella temporada. Pero debí equivocarme en algo, porque el formulario exigía marcar una de las dos casillas, o V o M. Y yo marqué V y nací hombre, pero luego resultó que me tiré toda la vida con aquella barbaridad que me llegaba a las rodillas buscando a otros machos que la tuvieran más gorda que yo. En un ambiente por completo homófobo en el que acabaron lapidán­dome. Así es la vida, se lo advierto. Por más que le digan. Un completo desbarajuste es. Sin em­bargo, otra vez, fui libélula y no estuvo mal, me fue muy gratificante volar con aquellas alitas tornasoladas. El problema fue que duró poco. Aun­que yo había elegido morir de vieja, y me habían buscado la libélula precisa, a media vida se me comió un sapo, el único que había en la charca que yo habitaba. Para que vea lo que quiero de­cir. Por cierto que después resultó que era mi suegra, que se marchó de viaje virtual al mismo tiempo que yo, y que había elegido ser preci­samente ese sapo, la muy puta. Caímos en la cuenta un día que estuvimos contando nuestras ba­tallitas a la hora del café. Bueno, entonces ¿qué? ¿Le preparo para nacer como ese gato Feliz Feliz?” “No, No”, dice el cliente, “Yo quiero ser humano, ya le digo” “Bueno, entonces, como humano, a ver que miro... tengo algunas plazas como Más o Menos Feliz, o de Feliz a Ratos, pero... mira, aquí tengo una de Ciertamente Fe­liz, que es hasta mejor que lo de Feliz Feliz, pero es de subnormal, claro.” “¿Qué es subnor­mal?” Pregunta el cliente. “Bueno es algo así como que no tiene todas las características de percepción que tienen los normales. Les faltan esas que precisamente más infelicidad generan, por eso casi todas las plazas de felices en humano pertenecen a esa clase de tipos.” Explica el técnico. “Pero hay subnormales y subnormales” sigue diciendo, “este que le ofrezco es un sub­normal con una subnormalidad muy interesante, por lo que veo en la ficha.” “Bueno pues... si no hay otra...” “¿Vale?, pues muy bien, no se preocupe. Tiéndase aquí. Si ya le digo que el valor de la experiencia es el mismo en cualquier papel que uno elija. Ya verá como va a lograr usted ser fe­liz ¿Habrá usted leído las instrucciones del ma­nual? Es muy importante sobre todo para los pri­merizos. Bien. Entonces ya sabe, primero va a sentir una nada absoluta en un instante y luego tendrá la sensación de estar desarrollándose en un ambiente ideal acogedor y caliente. Cuando más a gusto esté empezará a sentirse estrecho y un ahogo y una presión insoportable le obligará a salir no se sabe a dónde, pero salir o morir será el dilema, y entonces todo lo que tiene que hacer es avanzar hacia esa salida que se le ofrece, con toda su energía, con toda su fuerza. Es un mo­mento angustioso pero en seguida pasa y luego no tendrá que hacer otro esfuerzo que seguir el ro­llo que se encuentre. Usted será un subnormal bordeline, muy guapo por cierto, y con una espe­cial clase de irresistible atractivo ¿De acuerdo? Pues, hala, relájese y déjese invadir por el sueño... Ya está. Suerte y feliz viaje.”

     Sí, algo así podría ser que resultara ser esto ¿Por qué no? O incluso la versión neojudaica barroca, podría por la misma razón acabar siendo cierta. Estaría bueno, encontrarse al final con un cielo presidido por un dios viejo y de canosa barba, arrepanchingao en una nube y con un ojo en un triángulo puesto de peineta. Con cara de mala leche. Acompañado de una virgen de virgo de goma y actitud dolorosa, un hijo santamente masoca y un palomo rijoso revoloteando por encima en medio de un esplendor luminoso y un enjambre de angeli­tos regordetes y en pelotas. “A ver, ¿qué has hecho tú en la vida?”, oigo que me pregunta el tío en plan severo, apoyado por el gesto inexora­ble de los otros. Yo miro detrás de él y veo la cohorte pestilente de beatas revenidas, mártires gozosos e hideputas variopintos, y el coro de obispones sucios largamente ensotanados, gordos, halitósicos, con las manos entrelazadas sobre las barrigas y los crucifijacos oscilándoles a la al­tura del ombligo. Pues no sé, lo que he podido, me veo contestándole tranquilo, qué voy a haber hecho si no. Desde luego algo más digno que cual­quiera de esos que forman tu reino, que hay que ver con quién te juntas. Y tú, señor, mejor harías juzgándote a ti mismo, que está muy feo eso de andar juzgando a los unos y los otros. Y anda y que te den mucho y muy de prisa. Qué quie­res que te diga.

     Pues sí, cualquier cosa podría resultar que resultara ser esto. Puestos a imaginar... Cual­quier cosa. Pero en el fondo, ya hablando en se­rio, fuera de ocurrencias y supersticiones, te diré que tengo yo percepciones del asunto muy simples y complejas, que me hacen estar inclinado al acuerdo con el todo, y a un ánimo en algo pa­recido al regocijo. De ser yo quien soy y perte­necer a lo que pertenezco.

     Y esa es una de las cosas que quisiera trans­mitir. Si es que lo viera claro y fuera po­sible transcribir las cosas.

 

Enrique López

redaccion@elbarrancario.com

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