carcuna.jpg (10746 bytes) Hans Schnier, el personaje de Heinrich Böl en Opiniones de un payaso, tenía la facultad de oler a qué olía la gente que hablaba con él por teléfono, así sabía de inmediato si habían bebido coñac o comido morcillas. Algo así me ha pasado a mi con esta foto. Desde el primer vistazo me ha ahogado el tufarazo que emana de ella, a sexo torpe, re­venido y rancio, oculto y perverso, cometido en los sótanos obscuros de la castidad y la culpa. Un olor agrio y marchito a viejas zurrapas y arrin­conadas poluciones nocturnas de impuros pensa­mientos asquerosos, resecos, que no se puede lavar. Me da repelús   imaginar una de esas manos sobre un niño.

 

¿Os habéis parado a pensar en la familia tan rara que conforma esa que llaman sagrada familia? No digo nada nuevo, qué más quisiera, muchos altos pensadores y expertos analíticos de la simbología han escrito mucho sobre el tema desde hace mucho tiempo, pero resulta que es un matrimonio donde el sexo está totalmente excluido entre los cónyuges por un tipo raro de voto y donde a resultas ella queda fecundada por un agente exterior a la pareja. Me da lo mismo si el tercero es dios. Es sin duda un triángulo donde el marido es consentidor. Además toda relación entre ellos dos queda relegada a la crianza del niño que encima no va a ser normal sino divino. No me extraña que gente que siga esos cánones acabe con las neuronas hechas polvo.

Es paradójico sin embargo que a la mayoría de los maridos que hacen apología de ese palo les horrorice que sus mujeres tengan cualquier tipo de relación extra matrimonial. Lo normal es que no quieran que se vayan ni con dios.  

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¿No canta esto a falangeo, a feydelasjons, a nazismo ibérico de pata negra? Me pregunto que pasaría en Alemania con algo parecido. Claro que allí no existe esa casi completa coincidencia de bandera entre lo constitucional y lo facha. Es curioso como aquí, frecuentemente, el uso indebido de dios suele venir acompañado de un sospechoso uso de lo patriótico. Antes también venía unida esa ideología a la monarquía, pero ahora ni el Rey quiere, por dios, que se le pueda confundir con arquetipos tales que, además de no molar, no venden una hostia y traen serios problemas de popularidad. Claro que tampoco puede pasar por completo de esa cohorte que es en definitiva la que históricamente le ha sido siempre propia.

Este periódico piensa si no sería mejor preocuparse por que nuestros hijos no pudieran ser contaminados por ese tipo de pornografía peligrosa, si no en mayor medida por lo menos con igual esfuerzo que se hace con la  de carácter puramente sexual y de menores, tan alarmante ahora. Al fin y al cabo esta también huele con frecuencia a sexo juvenil quizás indebido, nunca al descubierto, ejercido por monitores herederos de la oje, en tiendas de campaña montadas alrededor del fuego de la camaradería.

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